De la colección Era una vez en la escuela
Por Lilia E. Calderón Almerco
En aquella escuela
estatal limeña de los años 60, las alumnas pasaban de primero a segundo año de
Primaria, sí y solo sí sabían leer, norma que era conocida y acatada por todos
los docentes y padres de familia. Al finalizar el año escolar, las alumnas que
obtenían baja calificación en lectura volvían a ser evaluadas al inicio del año
siguiente, y solo eran matriculadas al segundo año, las niñas que lograban leer
correctamente. Las que no, debían repetir el primero de Primaria.
En el aula de Primero estudiaba Rosario, una niña inteligente, juguetona,
vivaz y alegre. Mientras sus compañeras practicaban lectura en su libro Coquito,
ella jugaba con el peluche que traía a la escuela o paseaba por el aula o
buscaba conversación con alguna de sus compañeras. Entonces, la maestra se
sentaba con ella invitándola a sacar el libro Coquito que Rosario tenía
bien guardado en su maleta, pero, en vez de leer, Rosario prefería dibujar,
pintar, escribir los números que ya conocía o contarle a su maestra que tenía
una muñeca que decía mamá y una casita de juguete y un mono que bailaba,
y que su hermanito tenía un tren eléctrico, y que…
Durante el año, la maestra
se había reunido varias veces con la mamá de Rosario para informarle del
problema, y le había pedido que lea con su hija en casa por una hora diaria,
sin embargo, Rosario no lograba leer un párrafo pequeño.
Una tarde que
Rosario faltó a la clase, la maestra fue a visitarla a su casa que quedaba a
una cuadra de la escuela, y vio que la niña estaba jugando feliz y que tenía
muchísimos juguetes.
Pasaban los meses,
se acercaba el fin de año, y casi todas las niñas de Primero ya sabían leer.
Recitaban de memoria ¡Oh qué alegría, qué gran placer! ¡Hoy es mi día, ya sé
leer! Pero, Rosario no leía, no
sabía o no quería leer. Su libro Coquito estaba tan nuevo como el primer
día de clases, mientras que el de sus compañeras se veía muy envejecido.
Unos días antes
del examen final de lectura, la mamá de Rosario llegó a la escuela llevando una
canasta de frutas que obsequió a la maestra, rogándole que ayude a su niña para
que no desapruebe el examen, pues si esto ocurría, la madrina de Rosario que
vivía en el extranjero no le enviaría su regalo de navidad.
En las
evaluaciones finales, la pequeña Rosario desaprobó el examen de lectura y al
año siguiente tuvo que repetir el primero de Primaria.