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lunes, 13 de febrero de 2023

CUENTO "NO ESTUDIÉ PARA EL EXAMEN"

De la colección "Era una vez en la escuela"

Por Lilia E. Calderón Almerco

Aquel día era lunes y el aula estaba en completo silencio, todos estaban estudiando para el examen de Historia. Entró el profesor. Saludó. Los alumnos se pusieron en pie, contestaron el saludo, se sentaron y siguieron estudiando.

Toño y Pedro estaban en la última fila, pero el profesor dispuso el cambio de lugar de varios alumnos, así que, estos pasaron a ocupar la primera fila. En el ambiente, apenas se escuchaba que uno tosía muy bajito, que otro respiraba hondo, que otro se movía en su carpeta. Minutos después, se repartieron las hojas de preguntas, se dieron las recomendaciones acostumbradas y el examen comenzó.


Toño se rascó la cabeza, al ver su examen. Eran veinte preguntas y solo se tenía que marcar "falso" o "verdadero" para obtener veinte puntos, el máximo puntaje. Al revisar las preguntas, Toño se dio cuenta de que no sabía la mayoría de las repuestas o tenía muchas dudas. Trató de concentrarse, pero nada logró recordar, entonces miró de reojo a Pedro y le pareció que su amigo estaba igual o peor que él.

 El profesor se paraba en el umbral de la puerta y vigilaba desde ahí o se paseaba por el aula observando a todos y a cada uno con actitud severa. Por unos segundos, se detuvo junto a Toño y observó la hoja de examen de este, luego movió la cabeza en señal de preocupación y se retiró.

Pasaba el tiempo, pero Toño no lograba contestar una sola pregunta. De vez en cuando, miraba al techo, a Pedro, al profesor. Internamente se lamentaba por no haber estudiado y recordaba a su mamá diciéndole ¡A qué hora te pones a estudiar!

De pronto, la voz enérgica del profesor lo volvió a la realidad. Alumnos, tomen sus precauciones, en tres minutos se termina el examen. Súbitamente, Toño empezó a resolver el examen. Marcaba las respuestas unas tras otras, en forma rápida y ordenada. Llegada la hora indicada, el profesor recogió los exámenes y anunció que los resultados serían entregados al día siguiente.

Y así fue. Cuando el profesor entregó a Toño su hoja de examen con los resultados, le dijo en tono de sentencia Mañana, usted dará un examen oral sobre los mismos temas. Prepárese. Toño había obtenido trece de veinte puntos como resultado, cosa que él mismo no podía creer. Risueño y asombrado, Pedro se acercó a preguntarle cómo lo había logrado, a lo que Toño respondió Para todas las preguntas solo marqué "verdadero".

lunes, 23 de agosto de 2021

LA NIÑA QUE NO LEÍA

De la colección Era una vez en la escuela
Por Lilia E. Calderón Almerco

En aquella escuela estatal limeña de los años 60, las alumnas pasaban de primero a segundo año de Primaria, sí y solo sí sabían leer, norma que era conocida y acatada por todos los docentes y padres de familia. Al finalizar el año escolar, las alumnas que obtenían baja calificación en lectura volvían a ser evaluadas al inicio del año siguiente, y solo eran matriculadas al segundo año, las niñas que lograban leer correctamente. Las que no, debían repetir el primero de Primaria. 

En el aula de Primero estudiaba Rosario, una niña inteligente, juguetona, vivaz y alegre. Mientras sus compañeras practicaban lectura en su libro Coquito, ella jugaba con el peluche que traía a la escuela o paseaba por el aula o buscaba conversación con alguna de sus compañeras. Entonces, la maestra se sentaba con ella invitándola a sacar el libro Coquito que Rosario tenía bien guardado en su maleta, pero, en vez de leer, Rosario prefería dibujar, pintar, escribir los números que ya conocía o contarle a su maestra que tenía una muñeca que decía mamá y una casita de juguete y un mono que bailaba, y que su hermanito tenía un tren eléctrico, y que… 

Durante el año, la maestra se había reunido varias veces con la mamá de Rosario para informarle del problema, y le había pedido que lea con su hija en casa por una hora diaria, sin embargo, Rosario no lograba leer un párrafo pequeño. 

Una tarde que Rosario faltó a la clase, la maestra fue a visitarla a su casa que quedaba a una cuadra de la escuela, y vio que la niña estaba jugando feliz y que tenía muchísimos juguetes.

Pasaban los meses, se acercaba el fin de año, y casi todas las niñas de Primero ya sabían leer. Recitaban de memoria ¡Oh qué alegría, qué gran placer! ¡Hoy es mi día, ya sé leer!  Pero, Rosario no leía, no sabía o no quería leer. Su libro Coquito estaba tan nuevo como el primer día de clases, mientras que el de sus compañeras se veía muy envejecido.

Unos días antes del examen final de lectura, la mamá de Rosario llegó a la escuela llevando una canasta de frutas que obsequió a la maestra, rogándole que ayude a su niña para que no desapruebe el examen, pues si esto ocurría, la madrina de Rosario que vivía en el extranjero no le enviaría su regalo de navidad.

En las evaluaciones finales, la pequeña Rosario desaprobó el examen de lectura y al año siguiente tuvo que repetir el primero de Primaria. 

sábado, 20 de marzo de 2021

CUENTO "LA MEDALLA SOÑADA"

De la colección "Era una vez en la escuela"

Por Lilia E. Calderón Almerco

En aquella escuela de Primaria, al final de cada bimestre se entregaba la medalla soñada como premio a la alumna del más alto puntaje en “aprovechamiento”. Era una medalla ovalada, era de plata, estoy segura, atada a una cinta rojiblanca que la directora prendía en el pecho de la niña que ocupaba el primer lugar en toda la escuela. También se entregaba una medalla de cinta celeste para el segundo lugar y de cinta verde para el tercero. Durante dos meses, las niñas premiadas llevaban la medalla en el pecho con orgullo, y eran respetadas y admiradas por todas sus compañeras. La entrega de estas medallas se realizaba en el patio central de la escuela ante la presencia de la directora, las maestras y el alumnado, y se consideraba uno de los eventos más importantes del año. Las niñas de aquella escuela se esforzaban mucho y competían entre sí para merecer el honor de llevar en el pecho en algún bimestre la medalla soñada.

Aquel año ocurrió algo inesperado. El Ministerio de Educación había dispuesto que las alumnas del segundo y tercer lugar en “aprovechamiento” ya no recibieran medallas como premio sino libros de cuentos. Las alumnas quedaron desconcertadas, mientras que las maestras y los padres de familia se mostraban disconformes, pero no había más opción que acatar dicha orden.

Aquella mañana de premiación, todas las niñas estaban en el patio muy bien uniformadas y acicalas sin el mandil de uso diario, y muy bien alineadas en filas y columnas. Adelante estaban las tres niñas que habían ocupado los primeros lugares. Una de ellas lloraba silenciosamente, era la del segundo lugar. Su maestra la consolaba, pero ella sollozaba con las manos cubriéndole el rostro.

Llegado el momento de la premiación, la niña del primer lugar fue llamada y la directora le colocó la medalla de la cinta rojiblanca en el pecho ante el aplauso general, las felicitaciones y las miradas de admiración. Luego, fueron llamadas las niñas del segundo y tercer lugar, y la directora les entregó su respectivo libro de cuentos. También hubo aplausos y felicitaciones y miradas de asombro.

La niña del segundo lugar ya no lloraba, pero se veía triste y cabizbaja, entonces la niña del primer lugar se le acercó y le pidió que le mostrara su libro de cuentos. El libro era grande, de pasta dura y a color, hermosamente ilustrado, con imágenes en tercera dimensión que surgían al abrir el libro. La niña del primer lugar quedó maravillada y deseosa de que ese libro fuera suyo. Al momento, le preguntó a la niña del segundo lugar si quería cambiar el libro por la medalla. Inmediatamente, ambas fueron ante la directora para consultarle sobre el intercambio, pero ésta quedó perpleja y respondió que eso no estaba permitido, que esa medalla era símbolo de honor y que debía ser llevada en el pecho por la primera alumna de la escuela durante dos meses. Luego, dijo a la niña del segundo lugar que estudiara más si quería obtenerla.

Por un tiempo, las niñas de aquella escuela siguieron compitiendo por ganarse la medalla soñada, pero tiempo después, esa medalla fue reemplazada por una enciclopedia, más tarde por un diploma, y mucho más tarde por nada.