AGUSTINA EN SU PRIMER DÍA DE CLASES

Era el primer día de clases. La señorita Flora nos recibió con su sonrisa de siempre y nos presentó a una nueva estudiante. Era una niña de mejillas muy coloradas, recién llegada a Lima desde un pueblo de Junín, y su nombre era Agustina. Tenía cabello negro y trenzas largas. La señorita Flora la sentó junto a Laura, una niña muy seria.

Durante el recreo, me encontré con Agustina que estaba sola en la zona donde nos servían la leche. Me dijo que esa leche no le gustaba, pero que la de Junín sí era muy rica. Su tono al hablar era muy distinto y gracioso. Después escuchamos a la señorita Regina, la que nos enseñaba costura: “¡Vengan, vamos a jugar a la ronda!”. Entonces nos unimos al ruedo que se había juntado, pero Lucía, una niña que usaba anteojos, no quiso tomar la mano de Agustina. La señorita Regina decía, “Vamos, tómense de las manos”, pero Lucía: “No, no quiero”, y se cambió de lugar. La niña que seguía tampoco quiso coger la mano de Agustina. La señorita Regina se acercó: "¿Qué ocurre?" Entonces me di cuenta de que Agustina tenía una verruga rosada y muy grande en el dorso de la mano derecha. Las otras niñas también se dieron cuenta de ello, y luego los comentarios en voz baja. “Tiene verruga”. “¡Qué asco!”. “Es una chola sucia”. “¡Nos puede contagiar!”... Todas las niñas se alejaron, yo también quise correr, pero Agustina apretaba mi mano con su mano izquierda. Después la señorita Regina dijo que entráramos al aula. “Hoy aprenderemos el punto hilván”.

Ya en la clase de costura, Agustina se fue a la última carpeta y se sentó sola. A ratos, yo volteaba a mirarla, sentía pena por ella, quería ir a sentarme con ella, pero no me atrevía, sentía que mi compañera de carpeta me vigilaba. Al día siguiente, Agustina no vino. Regreso después de tres días con un parche sobre la verruga de su mano, y la señorita Flora explicó que se la habían cauterizado en el hospital, que eso era muy doloroso, y que "Agustina no saldrá al recreo hasta que su mano haya mejorado".

Durante los recreos, por la ventana del aula, yo observaba a Agustina; estaba sola, triste, sentada en la última carpeta, comiendo de su lonchera. Después de dos o tres días, me animé a entrar para acompañarla, y le pregunté por qué tenía una verruga en la mano, si le dolía, si quedaría curada. Después hablamos de la profesora de Dibujo que se sentaba sobre la carpeta y cruzaba las piernas, y nos reímos viendo por la ventana a las niñas que jugaban a saltar la soga y perdían el paso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario