miércoles, 5 de diciembre de 2018

EL PASTORCITO

Autora: Lilia E. Calderón Almerco

Julián, el pastorcito
que vio a Jesús en Navidad,
Fuente de imagen: Lonnie Matlok
pastoreaba corderitos
y ayudaba a su papá.

Esa noche no durmió,
pues el ángel le avisó
que vendría el Niño Dios.

Y Julián partió contento
con su manta y su jumento
a adorar el nacimiento.


Con sus ojitos de aguas puras
al Niñito está mirando
y los ángeles cantando
"Gloria a Dios en las alturas".

domingo, 25 de noviembre de 2018

EN ESPERA DE JESÚS




Autora: Lilia E. Calderón Almerco
En Belén, la Virgen María
está esperando a Jesús.
Prepara todo con esmero,
y el establo se llena de luz.

Mientras tanto, está José
cavilando en el misterio,
un pesebre que ha de ser
la cuna para el Rey del Cielo.

Autora: Lilia E. Calderón Almerco

Fuente de imagen: https://xn--cuentoscortosparanios-ubc.org/el-nacimiento-de-jesus-en-belen/

sábado, 22 de septiembre de 2018

MI OVEJA LUNAREJA


Autora: Lilia E. Calderón Almerco

Mi oveja lunareja,
la encontré en la llanura, 
y la llamé dulzura.

Andaba sola y perdida,
pues tenía la patita rota.
Lloraba mee, ¡pobrecita!

Mi lanuda oveja lunareja,
ahora corre en la llanura,
pero de nunca de mí se aleja.
Fuente de imagen: https://mx.depositphotos.com/52789241/stock-illustration-children-vector-illustration-of-little.html


miércoles, 4 de julio de 2018

MI MAESTRA DE PRIMARIA


Por Lilia E. Calderón Almerco

Ella era la señorita Flora. Todas las mañanas la veía entrar al aula vestida con un conjunto sastre de color oscuro, zapatos de tacón medio y una cartera grande. Su cabello era corto hasta la nuca, ligeramente rizado y de color negro; siempre lo llevaba peinado hacia atrás. Recuerdo que sus pendientes, generalmente eran perlas de color blanco, y que en el cuello llevaba una cadena con una medalla de la Virgen María o de algún Santo, tal vez. Sus modales eran suaves y discretos, y en aquella época tendría unos 30 años o más.

Entraba caminado muy derecha,  con solemnidad. Su sola presencia inspiraba respeto. Nos saludaba con una sonrisa leve y nos invitaba a sentarnos. Luego, sacaba del armario un guardapolvo celeste de cuello blanco muy bien doblado y se lo ponía con gran cuidado. También sacaba del armario un cuaderno grande, una caja de tizas, una mota, libros, un portalápices, y todo lo acomodaba sobre su escritorio. Luego, se sentaba y empezaba a pasar lista. Para nosotras, era muy importante sentir su mirada al decir nuestro nombre para luego contestar con alegría ¡Presente! Al terminar, se levantaba y escribía la fecha en la pizarra. Su caligrafía era perfecta, y creo que todas las niñas procurábamos imitarla. Seguidamente, se paseaba entre las hileras de carpetas revisando la tarea dejada el día anterior. Después de este ritual, se iniciaba la clase del día.

Una vez al mes, la señorita Flora traía un bizcochuelo muy grande, y a la hora del recreo nos los repartía. Esto nos hacía muy felices. Durante los años que fue nuestra maestra nunca la oímos gritar o enojarse con facilidad. Cuando nos portábamos mal, ella se ponía muy seria y nos observaba en silencio. Eso bastaba para que todo volviera al orden habitual.

Con cariño y gratitud, así es como recuerdo a la señorita Flora, aquella maestra de escuela estatal de quien recibí el tesoro que es la educación de mis primeros años. Al terminar la Primaria,  no volví a verla pero nunca la he olvidado a ella ni todo lo aprendido gracias a ella. ¡Muchas gracias, maestra Flora!

domingo, 15 de abril de 2018