De la colección "Era una vez en la escuela"
Por Lilia E. Calderón Almerco
Aquel día era lunes y el aula estaba en completo silencio, todos estaban estudiando para el examen de Historia. Entró el profesor. Saludó. Los alumnos se pusieron en pie, contestaron el saludo, se sentaron y siguieron estudiando.
Toño y Pedro estaban en la última fila, pero el profesor dispuso el cambio de lugar de varios alumnos, así que, estos pasaron a ocupar la primera fila. En el ambiente, apenas se escuchaba que uno tosía muy bajito, que otro respiraba hondo, que otro se movía en su carpeta. Minutos después, se repartieron las hojas de preguntas, se dieron las recomendaciones acostumbradas y el examen comenzó.
El profesor se paraba en el umbral de la puerta y vigilaba desde ahí o se paseaba por el aula observando a todos y a cada uno con actitud severa. Por unos segundos, se detuvo junto a Toño y observó la hoja de examen de este, luego movió la cabeza en señal de preocupación y se retiró.
Pasaba el tiempo, pero Toño no lograba contestar una sola pregunta. De vez en cuando, miraba al techo, a Pedro, al profesor. Internamente se lamentaba por no haber estudiado y recordaba a su mamá diciéndole ¡A qué hora te pones a estudiar!
De pronto, la voz enérgica del profesor lo volvió a la realidad. Alumnos, tomen sus precauciones, en tres minutos se termina el examen. Súbitamente, Toño empezó a resolver el examen. Marcaba las respuestas unas tras otras, en forma rápida y ordenada. Llegada la hora indicada, el profesor recogió los exámenes y anunció que los resultados serían entregados al día siguiente.
Y así fue. Cuando el profesor entregó a Toño su hoja de examen con los resultados, le dijo en tono de sentencia Mañana, usted dará un examen oral sobre los mismos temas. Prepárese. Toño había obtenido trece de veinte puntos como resultado, cosa que él mismo no podía creer. Risueño y asombrado, Pedro se acercó a preguntarle cómo lo había logrado, a lo que Toño respondió Para todas las preguntas solo marqué "verdadero".