Por Lilia E. Calderón Almerco
A mi oveja lunareja
la encontré en la llanura
y la llamé Dulzura.
Estaba sola y perdida,
pues tenía la patita rota
y lloraba ¡mee! la pobrecita.
Mi oveja lunareja
corre ahora en la llanura,
va y viene de la altura,
pero de mí nunca se aleja.