Luchito era un niño deportista que amaba el
fútbol. Su mamá le había regalado un
traje deportivo nuevo y estaba muy feliz.
Pero Luchito quería que su mamá le comprara aquella pelota que ambos
habían visto aquella mañana en la tienda, cerca del mercado, la pelota más
bonita y más cara. Y aunque su mamá
le había dicho que no contaba con dinero para comprarla, él no perdía las esperanzas.
Aquella noche, agotado por el entrenamiento de la
tarde, Luchito se acostó temprano y muy pronto se durmió. Soñó con la pelota
nueva; una pelota tan grande como el planeta tierra; una pelota que se
elevaba por el espacio y que él no podía atrapar.
Por la mañana, se despertó al escuchar "¡Luchito, levántate, vas a llegar tarde al juego!". Era su mamá que lo despertaba
mientras le mostraba una pelota. Era su misma pelota vieja, la que su mamá
había mandado parchar. Luchito se quedó
mirando aquella pelota por varios
segundos, se frotó los ojos, luego la
tomó y dijo “gracias mamá”. Él no se
desanimó sino que se mostró contento y, después de desayunar y besar a su mamá,
partió hacia el estadio junto con los chicos de su equipo.
Aquel sábado, Luchito, el niño deportista, iba con su
pelota parchada, pero iba feliz, sabía que había entrenado mucho y esperaba anotar varios goles.