Por Lilia E. Calderón Almerco
Las hormigas dormilonas
no salieron a trabajar
y en sus sábanas de seda
se quedaron a soñar.
El sol que las miraba
las mandaba levantar,
pero ellas, dormilonas,
se acurrucaban más.
El viento que soplaba
las mandaba a trabajar,
pero ellas, dormilonas,
empezaron a roncar.
Muy pronto llegó el invierno
y las hormigas dormilonas
no encontraron alimento,
entonces ni el sol ni el viento
escucharon sus lamentos.