Las hormigas dormilonas
no querían trabajar
y en sus sábanas de seda
se quedaron a soñar.
El sol que las observaba
las mandaba levantar.
pero ellas, dormilonas,
se acurrucaban más.
Soplaba el viento en las colinas
que las mandaba a trabajar,
pero ellas, dormilonas,
empezaban a roncar.
Muy pronto llegó el invierno,
y las hormigas dormilonas
no encontraron alimento,
entonces ni el sol ni el viento
escucharon sus lamentos.